Wuthering Shades - [ Libre ]
Fairies Afield :: Reino de Fiore :: Oak
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Wuthering Shades
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Cada nueva mirada se funde con la brisa, se abandona a cada paso, expectante del camino y sus sombras. Donde los árboles observan y las criaturas se mueven silenciosas, ahí estaban ellos, viajeros ansiosos por encontrar un nuevo tesoro... absolutamente inconscientes de su destino, y sin embargo... tan exactos... — Voy a mirar por ahí. — Murmura el príncipe tras sus mugrientas capas de tela. Su sonrisa semi-oculta por las hojas se ofreció a una dama, su compañera y viajera. Semanas de viaje los habían arrastrado hasta ahí, a una selva en algún paraje indeterminado de Oak, siquiera los mapas les podrían ofrecer una guía. Estaban solos.
Saltó sobre una roca y se deslizó entre los árboles, levantando el suave quejido de la hierba. Los caballos avanzan a paso constante por el estrecho sendero, arrastrando tras ellos un descuidado carro de madera. El príncipe disfrazado de mendigo hace una señal con los dedos, indicando a su compañera que continuara. De un instante a otro desapareció por la maleza, buscando entre hierbas y flores algún elemento de utilidad. Una capa ligera ondeaba a su espalda, sucia por los días de intemperie. Su favorita.
Algunos minutos después, reapareció entre los árboles y saltó al carro. Por sus dedos se balanceaba una pequeña flor, delicada como la brisa de otoño, la prendió sobre el cabello de la mujer. — Orquídea oro de Kinabulu. — Aclara el mendigo. — Me pareció adecuada para usted. — Tras pronunciarlo, sonrió con naturalidad y se retiró a la zona trasera del carro, donde se podría acostar cómodamente. El vaivén del carro le resultaba insoportable, prefería distraerse. Por ello, una compañía humana le resultaba de ayuda.
Así pues, simplemente se quedó ahí. Acostado con una vista fija al cielo, mientras su compañera se encargaba de dirigir al barco. El hilo de una pequeña conversación o más bien, un gruñido, pareció emerger de su garganta tras unos minutos, la pesadez de cada segundo y su aguante para el siguiente. — ¿Habrá algún pueblo cerca? — Una pregunta inconclusa para una respuesta evidente. No hay ninguna civilización cerca, ni ruinas: ni siquiera los antiguos querían saber de aquel lugar.
De reojo, observó la figura de la dama contrastada con el color vivo de los árboles. Su postura era grácil , su mirada: turbia, y su rostro... encantador... responde a las injusticias por las que ha pasado a fuerza de su condición, y quién sabe... el destino.
El destino. El mendigo sonrió sin alegría. Cuánto dolor quedaba para una simple palabra. Recordaría con ellas días de locura, pero de momento, ignorémoslo... no forma parte de nuestra historia... sólo un capítulo abandonado.
Saltó sobre una roca y se deslizó entre los árboles, levantando el suave quejido de la hierba. Los caballos avanzan a paso constante por el estrecho sendero, arrastrando tras ellos un descuidado carro de madera. El príncipe disfrazado de mendigo hace una señal con los dedos, indicando a su compañera que continuara. De un instante a otro desapareció por la maleza, buscando entre hierbas y flores algún elemento de utilidad. Una capa ligera ondeaba a su espalda, sucia por los días de intemperie. Su favorita.
Algunos minutos después, reapareció entre los árboles y saltó al carro. Por sus dedos se balanceaba una pequeña flor, delicada como la brisa de otoño, la prendió sobre el cabello de la mujer. — Orquídea oro de Kinabulu. — Aclara el mendigo. — Me pareció adecuada para usted. — Tras pronunciarlo, sonrió con naturalidad y se retiró a la zona trasera del carro, donde se podría acostar cómodamente. El vaivén del carro le resultaba insoportable, prefería distraerse. Por ello, una compañía humana le resultaba de ayuda.
Así pues, simplemente se quedó ahí. Acostado con una vista fija al cielo, mientras su compañera se encargaba de dirigir al barco. El hilo de una pequeña conversación o más bien, un gruñido, pareció emerger de su garganta tras unos minutos, la pesadez de cada segundo y su aguante para el siguiente. — ¿Habrá algún pueblo cerca? — Una pregunta inconclusa para una respuesta evidente. No hay ninguna civilización cerca, ni ruinas: ni siquiera los antiguos querían saber de aquel lugar.
De reojo, observó la figura de la dama contrastada con el color vivo de los árboles. Su postura era grácil , su mirada: turbia, y su rostro... encantador... responde a las injusticias por las que ha pasado a fuerza de su condición, y quién sabe... el destino.
El destino. El mendigo sonrió sin alegría. Cuánto dolor quedaba para una simple palabra. Recordaría con ellas días de locura, pero de momento, ignorémoslo... no forma parte de nuestra historia... sólo un capítulo abandonado.
Morana | Mensajes : 145 Fecha de inscripción : 09/07/2016 | Morana está |
Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello.
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Largas semanas la separan de la soledad en la que se veía inmersa desde hace años. No es que le incomodara realmente, se había acostumbrado a viajar siempre sola y no depender de absolutamente nadie a la hora de decidir su camino o su destino. Sin embargo ahora viajaba con alguien a su lado, un "mendigo" con demasiado dinero para serlo.
No obstante no hacía preguntas le era indiferente quien fuera o que quisiera siempre y cuando le pagara sus caprichos y adicciones. Después de todo ella también guardaba mas de un secreto que no tenía intención de revelar, al menos por ahora a un desconocido con el cual viaja.
Por un momento pensó en frenar a los caballos que dirigía diligentemente por aquel sendero cuando su acompañante bajo del carro para juguetear entre la maleza. Jamás entendería esa manía que tenía por jugar con las flores. Sin embargo el mismo le indico que continuara por lo que siguiendo su deseo continuo el camino sin perder demasiado tiempo.
Cuando nuevamente subió al carromato su compañero de viaje le coloco una flor en el pelo, por un instante la mujer pensó en quitarla y lanzarla a cualquier lugar lejano, sin embargo aguanto sus instintos y tras suspirar escucho las quejas del joven.
Se le notaba aburrido, cansado de estar siempre en este carro, la verdad se hacia pesado el camino pero ahora por mucho que quisieran descansar en alguna posada no encontrarían ninguna, la civilización estaba muy lejos aun de donde se encontraban -Lo siento, dudo mucho que haya alguna ciudad o pueblo por aquí cerca- Era imposible encontrar algo semejante por estos lugares, ni siquiera los antiguos habían construido ciudades aquí. Era un lugar al que podemos denominar como peligroso por lo que era lógico que nadie quisiera edificar en este lugar.
No obstante no hacía preguntas le era indiferente quien fuera o que quisiera siempre y cuando le pagara sus caprichos y adicciones. Después de todo ella también guardaba mas de un secreto que no tenía intención de revelar, al menos por ahora a un desconocido con el cual viaja.
Por un momento pensó en frenar a los caballos que dirigía diligentemente por aquel sendero cuando su acompañante bajo del carro para juguetear entre la maleza. Jamás entendería esa manía que tenía por jugar con las flores. Sin embargo el mismo le indico que continuara por lo que siguiendo su deseo continuo el camino sin perder demasiado tiempo.
Cuando nuevamente subió al carromato su compañero de viaje le coloco una flor en el pelo, por un instante la mujer pensó en quitarla y lanzarla a cualquier lugar lejano, sin embargo aguanto sus instintos y tras suspirar escucho las quejas del joven.
Se le notaba aburrido, cansado de estar siempre en este carro, la verdad se hacia pesado el camino pero ahora por mucho que quisieran descansar en alguna posada no encontrarían ninguna, la civilización estaba muy lejos aun de donde se encontraban -Lo siento, dudo mucho que haya alguna ciudad o pueblo por aquí cerca- Era imposible encontrar algo semejante por estos lugares, ni siquiera los antiguos habían construido ciudades aquí. Era un lugar al que podemos denominar como peligroso por lo que era lógico que nadie quisiera edificar en este lugar.
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— Te daré la razón. — Concedió con su voz clarificadora, su tono tranquilo acompañaba unas mascullantes y bien vocalizadas palabras. Relajó la mirada de resto con una simple respuesta significativa sin palabras, una mirada tranquila... un suspiro inerte que le haría tranquilizar y volver aunque sea de forma fingida a aquella paz que había antes de su viaje. Tomó su tranquilidad con una sonrisa póstuma, una sonrisa de reyes y mendigos. — Tuerce a la derecha. Ya que estamos perdidos, ¿Qué importa empeorarlo? — Levantó su brazo con cierta pereza, como si la idea no le preocupara. Como si la desgracia le fuera ajena. Pasó un tiempo y se removió. Al final adoptó una pose más cómoda, semi-reclinado, para observar el paso de las rocas y los árboles. Sus dedos repasaron doloridos la cicatriz de su hombro, un recuerdo punzante de su pasado lo golpeó. Hay cosas que son mejor olvidar, hechos que hay que enterrar. Y así intentó. Su voz tomó la aspereza del aire al hablar, como si recitara el pedazo de una melodía inconclusa. — Ojos atentos. Quizás encontremos algo interesante. —
De sus labios brotó la esperanza, o la posibilidad de ella. Tomarían un camino más pedregoso y difícil. El acceso se haría más estrecho conforme ascendieran por la cuesta. Nada en todo ello prometía ser fácil, ni cómodo... pero quizás, y sólo quizás... otorgara una recompensa adecuada. — O quizás no. — Evaluó tras un tiempo sin observar nada interesante. El viaje seguía siendo igual de monótono. Un silencio largo entre desconocidos y unas cortas palabras no eran capaces de llenar el aire. No podían cruzar sus barreras, la diferencia entre dos mundos imposibles.
Con socarronería, el mendigo balancea su cabeza y mira a su alrededor. — Veo, veo... — Busca con la vista algo. Y con satisfacción, la encuentra. — ... una cosita brillante... — Estira sus dedos hasta tocar la espalda de la dama. Su uña araña la piel. — ... en una roca gris... — Señala el lugar indicado. Una especie de depresión con un montículo grisáseo semi-oculto entre los árboles. — ... muy interesante. —
De sus labios brotó la esperanza, o la posibilidad de ella. Tomarían un camino más pedregoso y difícil. El acceso se haría más estrecho conforme ascendieran por la cuesta. Nada en todo ello prometía ser fácil, ni cómodo... pero quizás, y sólo quizás... otorgara una recompensa adecuada. — O quizás no. — Evaluó tras un tiempo sin observar nada interesante. El viaje seguía siendo igual de monótono. Un silencio largo entre desconocidos y unas cortas palabras no eran capaces de llenar el aire. No podían cruzar sus barreras, la diferencia entre dos mundos imposibles.
Con socarronería, el mendigo balancea su cabeza y mira a su alrededor. — Veo, veo... — Busca con la vista algo. Y con satisfacción, la encuentra. — ... una cosita brillante... — Estira sus dedos hasta tocar la espalda de la dama. Su uña araña la piel. — ... en una roca gris... — Señala el lugar indicado. Una especie de depresión con un montículo grisáseo semi-oculto entre los árboles. — ... muy interesante. —
Morana | Mensajes : 145 Fecha de inscripción : 09/07/2016 | Morana está |
Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello.
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Este sujeto definitivamente era demasiado vago para ser un mendigo, una persona que vive en la calle no se pone a juguetear con flores ni con las nubecitas mirando al cielo o a la nada sin hacer algo de provecho para sobrevivir.
Ademas, se notaba en sus manos que no había trabajado en su vida, demasiado suaves y libres de heridas o callos, este tipo era sospechosamente elegante para ser alguien que vive en las calles. No obstante y como dijo antes la mujer no prestaba atención a quien era o que hacia en esas circunstancias, le daba mas bien lo mismo.
Cuando sintió el tacto del hombre en su espalda se removió algo molesta pero miro en la dirección que le indicaba, sin duda eso podría serles de utilidad por lo que paro a los caballos -Sujetalos mientras voy a ver que encuentro- Morana le pasa las riendas a su acomapañante mientras desciende del carromato y comienza la extracción para determinar que tipo de material es el que se encuentra en el lugar. En esta ocasión se trataba de un yacimiento de plata, bastante provecho la verdad.
Tal vez podrían usarlo para algo de provecho o venderlo para sacar unas monedas aunque con este "mendigo" eso no parecía ser un problema sinceramente. Tras trabajar un rato sacando ese material miro a su alrededor por si encontraba algún otro yacimiento que poder explotar.
Ademas, se notaba en sus manos que no había trabajado en su vida, demasiado suaves y libres de heridas o callos, este tipo era sospechosamente elegante para ser alguien que vive en las calles. No obstante y como dijo antes la mujer no prestaba atención a quien era o que hacia en esas circunstancias, le daba mas bien lo mismo.
Cuando sintió el tacto del hombre en su espalda se removió algo molesta pero miro en la dirección que le indicaba, sin duda eso podría serles de utilidad por lo que paro a los caballos -Sujetalos mientras voy a ver que encuentro- Morana le pasa las riendas a su acomapañante mientras desciende del carromato y comienza la extracción para determinar que tipo de material es el que se encuentra en el lugar. En esta ocasión se trataba de un yacimiento de plata, bastante provecho la verdad.
Tal vez podrían usarlo para algo de provecho o venderlo para sacar unas monedas aunque con este "mendigo" eso no parecía ser un problema sinceramente. Tras trabajar un rato sacando ese material miro a su alrededor por si encontraba algún otro yacimiento que poder explotar.
Última edición por Morana el Dom Ago 28, 2016 2:36 am, editado 1 vez
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Tomó las riendas del caballo y esperó con gracilidad la vuelta de la dama. Desde la distancia observó su arduo trabajo, cómo extraía uno a uno el mineral de plata, haciendo uso de las escasas herramientas a su disposición. Le costó varias vueltas para lograr trasladar todo el mineral reunido y cargarlo al carro. Los propios caballos se aquejaron de su peso cuando reanudaron la marcha. Contó desesperado los segundos del viaje, controlando el caballo lo dirigió al azar por las bifurcaciones que se le ofrecieron. Ésta no era su vida. Había sido criado con otros fines, fue enseñado a vivir de una manera. Las costumbres le arrebatan fuerzas en aquel lugar, donde el lujo no se le ofrece. Las personas no se inclinan al verle; sólo ven a un mendigo. Porque eso era ahora, o lo que fingía ser.
— Lo has hecho bien, Morana. — Le reconoce con voz monocorde, controlando las riendas de los caballos. A cada segundo, su faz pierde jovialidad. En su lugar, sólo queda tristeza. Sin darse cuenta, una parte de él comenzaba a desaparecer... y en su lugar, quedaba otra persona. Otra cara. — Ahora, déjame el resto. — Agita ligeramente la cabeza, indicando que se acomodara en la parte trasera del carromato. Que descansara, de momento.
Las horas se sucedieron, y nada en el paisaje parecía cambiar. Los árboles se sucedían tras otro, pero la roca siempre era la misma. El carromato continúa el sendero calmadamente, pero un movimiento del príncipe mendigo lo detiene. No a mucha distancia, entre las hojas de los árboles, acababa de apreciar una planta nunca antes vista. Unas especie de planta con hojas retorcidas de color bronce, y sangre roja. Sin darse cuenta, habían encontrado un ejemplar extremadamente raro de Dracaena cinnabari. El mendigo, sólo ligeramente consciente de su rareza, decidió extraerla cuidadosamente de la tierra y colocarla sobre el carro, justamente a su lado. No podía confiar en Morana para cuidar una flor. Era no apreciaba el potencial oculto tras una planta, y tardaría demasiado tiempo en explicárselo.
— Un ejemplar muy curioso. — Simplemente le retrata. — Sería interesante investigarlo, cuando encontremos alguna beta de civilización... — Deja caer la idea como un peso muerto, sin ninguna pasión. Aún había mucho camino. Muchos días de viaje. Horas de sacrificio expuesto al sol y los elementos, subsistiendo con las provisiones restantes. Lo sabía... y curiosamente... no sentía nada...
— Lo has hecho bien, Morana. — Le reconoce con voz monocorde, controlando las riendas de los caballos. A cada segundo, su faz pierde jovialidad. En su lugar, sólo queda tristeza. Sin darse cuenta, una parte de él comenzaba a desaparecer... y en su lugar, quedaba otra persona. Otra cara. — Ahora, déjame el resto. — Agita ligeramente la cabeza, indicando que se acomodara en la parte trasera del carromato. Que descansara, de momento.
Las horas se sucedieron, y nada en el paisaje parecía cambiar. Los árboles se sucedían tras otro, pero la roca siempre era la misma. El carromato continúa el sendero calmadamente, pero un movimiento del príncipe mendigo lo detiene. No a mucha distancia, entre las hojas de los árboles, acababa de apreciar una planta nunca antes vista. Unas especie de planta con hojas retorcidas de color bronce, y sangre roja. Sin darse cuenta, habían encontrado un ejemplar extremadamente raro de Dracaena cinnabari. El mendigo, sólo ligeramente consciente de su rareza, decidió extraerla cuidadosamente de la tierra y colocarla sobre el carro, justamente a su lado. No podía confiar en Morana para cuidar una flor. Era no apreciaba el potencial oculto tras una planta, y tardaría demasiado tiempo en explicárselo.
— Un ejemplar muy curioso. — Simplemente le retrata. — Sería interesante investigarlo, cuando encontremos alguna beta de civilización... — Deja caer la idea como un peso muerto, sin ninguna pasión. Aún había mucho camino. Muchos días de viaje. Horas de sacrificio expuesto al sol y los elementos, subsistiendo con las provisiones restantes. Lo sabía... y curiosamente... no sentía nada...
Morana | Mensajes : 145 Fecha de inscripción : 09/07/2016 | Morana está |
Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello.
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Parece que al final valió la pena ir a investigar este lugar, encontramos cosas provechosas. Morana ayudo a Oberón a sacar una planta que al parecer se llamaba Gayubas no tenía idea para que servía pero al parecer la podíamos vender por un buen precio.
Tras recoger los materiales subieron nuevamente al carro para poner rumbo a algún lugar "civilizado" aunque para ella la civilización no era mas que metal y rocas en forma de edificios.
No es que le gustaran mucho las ciudades, estaba acostumbrada a vivir en bosques y parajes mas deserticos respecto a personas. Sin mas tomo las riendas de los caballos para dirigirnos a una ciudad, aun teniamos un trecho largo de camino por lo que seguramente mi acompañante se quedaría mirando nuevamente la nada o dormiría.
Mientras tanto yo me quedaba despierta fumando como de costumbre para apaciguar el aburrimiento mientras conducia el carro y evitaba que algun forajido pudiera robarnos lo poco o "mucho" que llevabamos encima.
Tras recoger los materiales subieron nuevamente al carro para poner rumbo a algún lugar "civilizado" aunque para ella la civilización no era mas que metal y rocas en forma de edificios.
No es que le gustaran mucho las ciudades, estaba acostumbrada a vivir en bosques y parajes mas deserticos respecto a personas. Sin mas tomo las riendas de los caballos para dirigirnos a una ciudad, aun teniamos un trecho largo de camino por lo que seguramente mi acompañante se quedaría mirando nuevamente la nada o dormiría.
Mientras tanto yo me quedaba despierta fumando como de costumbre para apaciguar el aburrimiento mientras conducia el carro y evitaba que algun forajido pudiera robarnos lo poco o "mucho" que llevabamos encima.
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