Libre || "Bienvenido a Crocus, granjero"
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Jace Berlian | Mensajes : 9 Fecha de inscripción : 13/09/2016 | Jace Berlian está |
Jace corría despavorido por la calle principal de Crocus. Quizás no despavorido, pero sí como si lo estuviera. El sol, el viento, las casas perfectamente alineadas una junto a la otra, el olor de la fruta y las panaderías de la calle principal; todo lo tenía feliz. Sólo le faltaba sacar la lengua y sentir la corriente de aire que provocaba su cuerpo al correr para parecer un sabueso. Corrió hasta el final de la calle y suspiró, extendiendo sus brazos hacia arriba e inspirando profundamente. Aguantó el aire un par de segundos y lo botó relajado, seguido de un alarido y un gimoteo que asustó a un viejo que pasaba por su lado con un carro lleno de lechugas.
—¡Dios santo, señor santo! —espetó el viejo, dando vuelta el carro de las lechugas y dejándolas caer del puro susto. Se inclinó lamentándose y riéndose por su propia reacción. —Vaya pulmones. Aún recuerdo cuando podía gritar así como tú. —tiró un par de lechugas al carro. Jace se apresuró a ayudarlo, recogiendo un par de lechugas. —Cuando podía gritar así como tú, y cuando podía hacer gritar a las chicas así como tú. —el viejo puso una cara coquetona, enarcando una ceja ante su comentario. —Si sabes a lo que me refiero... —movió sus cejas como dos orugas de seda haciendo la danza del vientre.
Jace tiró la última lechuga dentro del carro.
—Perdón por el susto, abuelo. —se disculpó, hablando particularmente fuerte, como acostumbraba a hacerlo. —Buenas lechugas. —asintió. —Quizás no puedas hacerlas gritar introduciéndoles el pene, pero podrías hacerlas gritas del susto. Como yo a ti. —le enseñó el pulgar en señal de aprobación. El viejo sonrió, entrecerrando los ojos, algo avergonzado por la forma tan directa que tenía Jace de decir las cosas.
Jace era así. Directo y honesto, al nivel de llegar a ser un discapacitado social.
—Jeje, vaya... —carraspeó el viejo. Se secó su pelada nuca. —Eres muy... "amable". —dijo de forma entrecortada, al no poder encontrar más apelativos a su forma de hablar, sin llegar a ser descortés. —Por cierto, si quieres pasar a tomar algo, aquí al lado está el mejor bar de Crocus. —pensó un segundo, rascándose el culo por sobre el pantalón de tela. —Bueno, quizás no es el mejor, pero es el más barato. Todos sabemos que ustedes los magos ganan poco. Especialmente a tu edad. —lisonjeó.
Jace se despidió con una reverencia extremadamente formal y el viejo partió.
Los últimos días de Jace habían sido de un largo viaje que hizo desde Magnolia hasta Crocus, donde tuvo que ir a buscar unos documentos para el orfanato de Magnolia. Más que una misión, Jace lo veía como algo que moralmente estaba obligado a hacer. No les cobraría, ni pediría nada a cambio.
Entrando al bar, Jace frunció la nariz al sentir el fuerte olor a sudor. Ni siquiera el olor penetrante de los destilados podía tapar el pútrido olor a cebolla del sudor de algún que otro sujeto esquivo a la ducha que había en el lugar. Se sentó algo incómodo en una mesa y pidió una jarra de hidromiel para sentirse de lo más vikingo.
Haciendo gran alarde (sin ser esa su intención), se terminó la hidromiel. Al cabo de unos segundos, el gusto asqueroso de una mala envejecida hidromiel lo hizo pegar un segundo alarido que asustó a más de alguno. Escupió en la jarra un par de veces y azotó ridículamente la lengua en el borde del jarrón.
—¡Maldita sea! ¡Me intentaron envenenarrrrr! —exclamó, haciendo énfasis en la R, como un ronroneo.
Un gorila, de dos metros y brazos tan anchos como el cuerpo de Jace, tomó atención en la barra y se giró sobre sí mismo, quedando mirando a Jace a tan sólo unos metros de distancia.
—En el gremio se sirven cosas mucho mejores. Supongo que solamente estoy mal acostumbrado. —intentó excusar su comentario maleducado, sonriendo de manera más que encantadora, enseñando la hilera de perlados dientes blancos.
El gorila se acercó a Jace. Cada uno de sus pasos hacía retumbar el suelo de madera y los vasos de vidrio sobre las mesas.
—Así que... —carraspeó el gorila, parándose frente a Jace, que estaba sentado, apoyado en la mesa. —La hidromiel de nuestro bar te parece asquerosa, ¿no? —dijo en tono desafiante, apretando el borde de la mesa.
Jace se levantó y se puso delante del gorila, sin percatarse de la gran diferencia de alturas y contexturas. Miró al gorila hacia arriba y se quedó en silencio, sopesando la situación.
—Pero, fíjate, pequeño. —dijo el gorila, haciendo un molesto énfasis en la última palabra, esperando amedrentar al sonriente Jace. —Dime si te siguen pareciendo malos nuestros productos. —el gorila apretó su puño en el borde de la mesa, astillando una parte de la madera. El bar quedó en completo silencio.
—Eh... —titubeó Jace. —Sí. Es asquerosa. —
Siguiente escena, Jace salió despedido por la puerta del bar, dando varias volteretas bruscas en el suelo hasta chocar con un basural en medio de la calle.
Detrás de él, el gorila con su manada de cuatro compañeros igual o más grandes que él, salieron armados con sillas y cadenas para enseñarle una lección al forastero que venía a despreciar su hidromiel.
—Bienvenido a Crocus, granjero. —le dijo el gorila, antes de lanzar el siguiente golpe en dirección al estómago del chico.
Jace lo esquivó con facilidad, moviéndose hacia el lado. Tendría que librar una batalla por sí sólo, pero estaba dispuesto a hacerlo.
Después de todo, la hidromiel de verdad estaba asquerosa.
—¡Dios santo, señor santo! —espetó el viejo, dando vuelta el carro de las lechugas y dejándolas caer del puro susto. Se inclinó lamentándose y riéndose por su propia reacción. —Vaya pulmones. Aún recuerdo cuando podía gritar así como tú. —tiró un par de lechugas al carro. Jace se apresuró a ayudarlo, recogiendo un par de lechugas. —Cuando podía gritar así como tú, y cuando podía hacer gritar a las chicas así como tú. —el viejo puso una cara coquetona, enarcando una ceja ante su comentario. —Si sabes a lo que me refiero... —movió sus cejas como dos orugas de seda haciendo la danza del vientre.
Jace tiró la última lechuga dentro del carro.
—Perdón por el susto, abuelo. —se disculpó, hablando particularmente fuerte, como acostumbraba a hacerlo. —Buenas lechugas. —asintió. —Quizás no puedas hacerlas gritar introduciéndoles el pene, pero podrías hacerlas gritas del susto. Como yo a ti. —le enseñó el pulgar en señal de aprobación. El viejo sonrió, entrecerrando los ojos, algo avergonzado por la forma tan directa que tenía Jace de decir las cosas.
Jace era así. Directo y honesto, al nivel de llegar a ser un discapacitado social.
—Jeje, vaya... —carraspeó el viejo. Se secó su pelada nuca. —Eres muy... "amable". —dijo de forma entrecortada, al no poder encontrar más apelativos a su forma de hablar, sin llegar a ser descortés. —Por cierto, si quieres pasar a tomar algo, aquí al lado está el mejor bar de Crocus. —pensó un segundo, rascándose el culo por sobre el pantalón de tela. —Bueno, quizás no es el mejor, pero es el más barato. Todos sabemos que ustedes los magos ganan poco. Especialmente a tu edad. —lisonjeó.
Jace se despidió con una reverencia extremadamente formal y el viejo partió.
Los últimos días de Jace habían sido de un largo viaje que hizo desde Magnolia hasta Crocus, donde tuvo que ir a buscar unos documentos para el orfanato de Magnolia. Más que una misión, Jace lo veía como algo que moralmente estaba obligado a hacer. No les cobraría, ni pediría nada a cambio.
Entrando al bar, Jace frunció la nariz al sentir el fuerte olor a sudor. Ni siquiera el olor penetrante de los destilados podía tapar el pútrido olor a cebolla del sudor de algún que otro sujeto esquivo a la ducha que había en el lugar. Se sentó algo incómodo en una mesa y pidió una jarra de hidromiel para sentirse de lo más vikingo.
Haciendo gran alarde (sin ser esa su intención), se terminó la hidromiel. Al cabo de unos segundos, el gusto asqueroso de una mala envejecida hidromiel lo hizo pegar un segundo alarido que asustó a más de alguno. Escupió en la jarra un par de veces y azotó ridículamente la lengua en el borde del jarrón.
—¡Maldita sea! ¡Me intentaron envenenarrrrr! —exclamó, haciendo énfasis en la R, como un ronroneo.
Un gorila, de dos metros y brazos tan anchos como el cuerpo de Jace, tomó atención en la barra y se giró sobre sí mismo, quedando mirando a Jace a tan sólo unos metros de distancia.
—En el gremio se sirven cosas mucho mejores. Supongo que solamente estoy mal acostumbrado. —intentó excusar su comentario maleducado, sonriendo de manera más que encantadora, enseñando la hilera de perlados dientes blancos.
El gorila se acercó a Jace. Cada uno de sus pasos hacía retumbar el suelo de madera y los vasos de vidrio sobre las mesas.
—Así que... —carraspeó el gorila, parándose frente a Jace, que estaba sentado, apoyado en la mesa. —La hidromiel de nuestro bar te parece asquerosa, ¿no? —dijo en tono desafiante, apretando el borde de la mesa.
Jace se levantó y se puso delante del gorila, sin percatarse de la gran diferencia de alturas y contexturas. Miró al gorila hacia arriba y se quedó en silencio, sopesando la situación.
—Pero, fíjate, pequeño. —dijo el gorila, haciendo un molesto énfasis en la última palabra, esperando amedrentar al sonriente Jace. —Dime si te siguen pareciendo malos nuestros productos. —el gorila apretó su puño en el borde de la mesa, astillando una parte de la madera. El bar quedó en completo silencio.
—Eh... —titubeó Jace. —Sí. Es asquerosa. —
Siguiente escena, Jace salió despedido por la puerta del bar, dando varias volteretas bruscas en el suelo hasta chocar con un basural en medio de la calle.
Detrás de él, el gorila con su manada de cuatro compañeros igual o más grandes que él, salieron armados con sillas y cadenas para enseñarle una lección al forastero que venía a despreciar su hidromiel.
—Bienvenido a Crocus, granjero. —le dijo el gorila, antes de lanzar el siguiente golpe en dirección al estómago del chico.
Jace lo esquivó con facilidad, moviéndose hacia el lado. Tendría que librar una batalla por sí sólo, pero estaba dispuesto a hacerlo.
Después de todo, la hidromiel de verdad estaba asquerosa.
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